¿Por qué nos enfadamos?

A veces, la sencillez de los planteamientos nos deja sin ningún tipo de argumento para seguir viviendo tal como lo hacemos. He hecho estas preguntas un montón de veces y todavía nadie me ha ofrecido ninguna respuesta satisfactoria:

—¿Qué ventajas nos aporta enfadarnos?

—¿Cuál es la recompensa por estar nerviosos, alterados, irritados, malhumorados y amargados continuamente?

Enfadarnos, quejarnos e ir por el mundo de víctimas no sirve para nada. Tal vez solo para darnos cuenta y reflexionar sobre la verdadera razón por la que echamos fuego por los ojos, y sobre cuáles son los motivos reales que nos sacan de quicio. Seguro que llegamos a la conclusión de que nos desagrada la propia actitud, que no hacemos lo que queremos o no estamos con quien queremos estar. Pero basta con experimentarlo una única vez: cambiemos estar enojados cada dos por tres, por proponernos hacer cambios para que la angustia y la rabia se evaporen y no entren más.

Tenemos una forma muy curiosa de amar, en la que la confianza y la intimidad nos otorgan el derecho de gritar y abusar de los que están más cerca (especialmente de los niños) como jamás lo haríamos con los extraños: somos cobardes, nos dejamos pisotear y luego, cuando llegamos a casa, resentidos con el mundo, se lo hacemos pagar a los que tenemos cerca.

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Fragmento del capítulo 10 de «El arte de educar con amor» – La última estupidez humana: el rencor y la culpa –  de Xavier Caparrós.

La primera edición del libro en lengua castellana, septiembre 2017, en Editorial Milenio.

 

 

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