Nacemos puros, inocentes, conectados, con armonía e intuitivos

Nacemos puros, inocentes, conectados, con armonía e intuitivos. Llegamos a este mundo limpios y totalmente receptivos, sin dudas, sin miedos, luminosos, llenos de curiosidad y generosos. Antes de aprender el idioma o los idiomas que nos enseñan, todos los recién nacidos del mundo tenemos el mismo lenguaje común: una especie de gorjeo o parloteo universal. Nacemos, como el resto de seres vivos, sin ninguna ideología ni creencia, sin ningún ideal ni religión, sin derechos ni deberes, sin valores, dogmas, reglas, normas o mandamientos.

Llegamos a este sueño como una pizarra vacía o una hoja en blanco; como una esponja permeable, que, según el lugar de nacimiento, familia y entorno se irá impregnando de unas ideas u otras. Los niños son unos seres vulnerables y los adultos los programamos en función de las propias ideologías, historia y problemas personales, donde a menudo la angustia, la agresividad, el miedo y la desconfianza son los principales protagonistas.

Por lo tanto, partimos de unas convicciones prestadas porque las hemos escuchado una y otra vez y nos identificamos con ellas, hasta el punto de creer que nos pertenecen o que somos nosotros. Y a partir de esa identificación ilusoria solo nos queda aprovechar la ocasión para defenderlas a ultranza, o bien atacar a quien piense de un modo distinto.

Fragmento del capítulo 1 de «El arte de educar con amor», Editorial Milenio – Ideologías –  de Xavier Caparrós.

 

 

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Una respuesta a “Nacemos puros, inocentes, conectados, con armonía e intuitivos”

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