Encontramos lo que proyectamos

Como siempre, el punto de partida determina cómo los niños se relacionan consigo mismos, con los demás y con el mundo. La diferencia a la hora de elegir entre las múltiples posibilidades de vivir proviene, simplemente, de dónde se proyecta esa elección. Y el pistoletazo de salida de nuestra existencia son: primero los pensamientos y luego las palabras.

Podemos educar y ser el ejemplo de que los pensamientos son la clave de las decisiones y estas, la puerta de las acciones posteriores. Aquello que vemos y aquello que somos es el testimonio de aquello que pensamos. Son los pensamientos los que marcan el camino y determinan el mundo que vemos. Tal como pensamos, así percibimos.

Puesto que la realidad se crea primero en la mente, hay que vigilar los pensamientos porque, tarde o temprano, se convertirán en palabras. Y hay que vigilar las palabras que elegimos porque tarde o temprano se convertirán en actos.

Si pensamos en lucha y enfrentamientos, los tendremos; si nos comparamos vendrán la envidia y los celos; si creamos abundancia, la tendremos; si somos amorosos vendrá el amor…

Cada pensamiento contribuye a la alegría y a la ilusión o, por el contrario, nos precipita al miedo, la decepción y la frustración. La solución está dentro de nosotros porque tenemos la capacidad de imaginar aquello que queremos que ocurra. De hecho, todo lo que sucede lo hemos decidido antes. Por eso, aunque nos cueste entenderlo, tenemos problemas porque decidimos tenerlos y la mayoría de conflictos son un invento y una elección personal. En el mundo no existen la ansiedad ni la angustia; son nuestras ideas y expectativas las que las producen.

Si no controlas tus pensamientos, ¿quién lo hace?

Si no dominas las propias emociones, ¿quién lo hace?

Cada persona tiene el poder de decidir cómo se siente, porque los sentimientos también son una consecuencia de los pensamientos. Todas las emociones van precedidas de una invitación que solo cada uno de nosotros puede imprimir y repartir.

Los adultos nos tenemos que proponer liberarnos y deshacernos de cualquier hábito y de toda la gama de pensamientos absurdos que nos hacen caer en el pasado, en el desencanto y en la impotencia, y nos alejan de la felicidad y la plenitud. Y, después o al mismo tiempo, tenemos que ofrecer a los niños la posibilidad de determinar qué pensamientos quieren tener y qué palabras quieren utilizar en función de los sentimientos, emociones y experiencias que quieren saborear. Es decir, ofrecerles la libertad y la responsabilidad de escoger y crear su propia vida.

Fragmento del capítulo 11 del libro «El arte de educar con amor» (Editorial Milenio 2017).

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