Crecer en la interpretación de los espejos

Puesto que es más fácil ver los defectos de los demás, la existencia nos acerca las personas adecuadas para conocernos mejor, pese a que solo aprendemos si nos olvidamos del otro y nos centramos en nosotros.

Cada relación, si nos liberamos del juicio y la crítica, es una gran oportunidad de aprendizaje que termina siendo un encuentro con uno mismo.

Dado que solo podemos ver aquello que somos, podemos considerar a cada ser humano que se cruza en el camino, cada planta o animal que observamos, cada película que vemos, cada canción que escuchamos y cada situación en la que nos encontramos, como un fantástico espejo para descubrirnos.

Afortunadamente, disponemos de millones de espejos donde reflejarnos, aun cuando las almas que están más cerca suelen ser las mejores maestras, y las personas que duermen en casa son quienes nos pueden mostrar mejor aquello que necesitamos.

¿Quién o qué me rompe la armonía?

¿Qué me desagrada del otro?

¿Qué defectos ajenos me incomodan?

¿Qué es lo que me saca de quicio?

He aquí nuestra labor: salir de la esclavitud de criticar, y crecer en la interpretación de los espejos. No encaminar la rabia contra los demás, sino descubrir qué actitudes me gustaría desterrar, cambiar o mejorar. En lugar de convertirme en un juez implacable, agradezco al otro que me muestre qué me desagrada de mí mismo y afronto el reto de cambiarme.

Contemplo el mundo para corregirme y para observar la verdad ancestral de que, cuando cambio, también cambian los espejos.

Fragmento del capítulo 4 del libro «El arte de educar con amor» – El bumerán de la crítica y los juicios, de Xavier Caparrós (Editorial Milenio 2017).

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